Por: Cesar W. Flores
. . . buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. ―Colosenses 3:1. 
Un piloto estaba volando por encima del desierto de Arabia y aterrizó en un oasis para echar combustible a su avión. Despegó de nuevo y al poco tiempo se encontraba volando por un área montañosa. Entonces escuchó un ruido detrás de él como si alguien estuviera arañando algo.

Parecía que un animal se había introducido en el fuselaje del avión. El piloto se alarmó mucho, pues sabía que si un animal se comía los alambres eléctricos podía provocar un grave desperfecto. Pero no había lugar para aterrizar en aquel terreno tan escarpado.

Entonces al piloto se le ocurrió algo. Aceleró el avión y le subió la nariz. Se elevó más y más hacia el cielo hasta que cesó el ruido de alguien arañando y royendo. Más tarde, cuando aterrizó en un aeropuerto, encontró una enorme rata del desierto que se había colado en el avión sin que él se diera cuenta cuando se detuvo a echar combustible. Pero el indeseado polizón estaba muerto. Acostumbrada al desierto, la rata no pudo vivir cuando el avión se elevó a una altitud mayor.

Lo mismo sucede con nuestra vida espiritual. A medida que nos «acercamos a Dios» (Santiago 4:8), damos muerte a nuestra naturaleza malvada, egoísta y pecaminosa (Col. 3:5). Los viejos patrones de vida no pueden sobrevivir.

«. . . buscad las cosas de arriba. . .» (Col. 3:1). Mientras más nos acerquemos al Señor en nuestra relación con Él, más atrás dejaremos al mundo.

VIVIMOS EN EL MUNDO, PERO NO DEBEMOS 
DEJAR QUE EL MUNDO VIVA EN NOSOTROS.

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